martes, 6 de julio de 2010

¿DEBEN SER INCOMPATIBLES LA RELIGIÓN Y LA REVOLUCIÓN?

Wilfredo Lanuza

“La religión es el opio del pueblo”. Esa fue la frase de Carlos Marx que sirve de base al tema de esta vez.


Consultando fuentes para un tema que deseaba investigar hace ya un tiempo, me topé con un título que decía: Fidel y la religión; como tengo creencias y militancia religiosa activa me interesó mucho saber de que se trataba el mencionado libro, así que lo pedí en la biblioteca, sabiendo que no tendría ocasión de leerlo completamente. A pesar de eso, distraje diez minutos de mi tiempo de investigación para darme una idea general del contenido; el trabajo resultó ser un trabajo de Frei Betto en el que entrevistaba al compañero, hermano latinoamericano, revolucionario Fidel Castro sobre el tema de la religión.

Encontré un punto en el que el entrevistador le preguntaba a Fidel sobre la afirmación de Marx que inició el artículo que escribo ahora y le requirió su opinión al respecto. Correcto como siempre y demostrando una gran prudencia y honradez, así como un gran madurez política en su respuesta, el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana le dio una respuesta que vino a confirmar la tesis que yo, debido a mi condición personal venía manejando desde bastante tiempo atrás, ya que estaba encontrando un punto de confluencia entre ser un religioso y ser a la vez un revolucionario. Como no tengo el libro a la mano para citar textualmente a Fidel, me referiré en mis propias palabras a lo que él dijo en esa ocasión.

Decía Fidel que cuando Marx mencionó esa frase tenía toda la razón, porque el contexto histórico en que lo señaló mostraba que sus palabras eran muy reales. Resulta que en ese entonces la religión era un instrumento de opresión de las masas, una forma de adormecimiento de las conciencias entre el pueblo –he encontrado que en muchos aspectos y en gran medida, muchas de esas condiciones no han variado significativamente hasta el día de hoy- para evitar que dicha conciencia llevara a la exacerbación de las condiciones revolucionarias creadas por el sistema capitalista.

Recuerdo que en su respuesta Fidel le indicaba a Frei Betto el ejemplo de la revolución sandinista en Nicaragua –la Nicaragua de mis amores- en que muchos religiosos luchaban contra la tiranía, incluso empuñaron las armas contra la tiranía somocista. Yo tendría que decir aquí que tenemos además otros innumerables ejemplos en que religiosos defendieron la causa popular y lucharon por ella, incluso ofrendando su vida.

La teología de la liberación es uno de esos ejemplos; no puedo pasar por alto el caso de Camilo Torres, el cura guerrillero –sobre quien estoy a punto de empezar a leer un libro que me llegó vía electrónica- de Martín Gaspar García Labiana el cura sandinista, quien al igual que Camilo, cambió la sotana por la lucha, como dice la canción nicaragüense: logró cambiar la parroquia por la montaña, por el fusil revolucionario. Y así como ellos, muchos otros que no son tan conocidos. La reacción asesinó a Monseñor Romero en El Salvador durante la guerra revolucionaria y en Guatemala muchos fueron muertos, tal como Monseñor Gerardi de manera extemporánea (me refiero a que los acuerdos de paz ya habían sido firmados). En Nicaragua me contaron que incluso algunos religiosos evangélicos tomaron las armas en defensa de su pueblo, contra la odiada dictadura. En los Estados Unidos también ha habido casos, de los cuales talvez el más conocido sea el de un religioso luchando por la defensa de los derechos civiles: Martin Luther King, quien fue asesinado por el establishment norteamericano. Así han sido de democráticos los gringos.

Para aquellos que acusan al socialismo de intolerante y blasfemo, es necesario que sepan que no es cierto. Apenas el día 1 de abril de este año se dio una reunión de representantes del Partido Comunista cubano con dirigentes revolucionarios, para conmemorar el vigésimo aniversario de la reunión de Fidel con los religiosos de Cuba. Y para aquellos que son amantes del deporte nocivo y servil de las intrigas, conspiraciones y falsificaciones de la realidad cuando no les favorece en sus deseos, tengo que decirles que yo mismo les escuché y les observé por la televisión cuando hablaban de su libertad de adoración o libertad de culto, al tiempo que brindaban su apoyo a la revolución. Como decíamos cuando éramos niños: ¿como les quedó el ojo? Allí estaba Raúl Castro, otro compañero de la revolución, recibiendo un ejemplar de la Biblia, la cual le fue obsequiada por las organizaciones religiosas allí presentes. Nada importa si él la utiliza o no, si la cree o no, porque eso pertenece a la esfera de sus decisiones personales y, en tanto que se permita la libertad de culto y las organizaciones no traspasen el ideal revolucionario, todo estará bien.

La historia mundial está llena de esos ejemplos, como en la Alemania antigua donde encontramos casos de este tipo. Se suele hablar mucho de Martín Lutero en su oposición al catolicismo de la época, pero la verdad es que, si bien éste se opuso a la iglesia, también lo es que después negoció. Yo prefiero un millón de veces a Thomas Munzer de quien nunca se habla. La verdad es que Munzer fue un religioso revolucionario consecuente que, al contrario de Lutero nunca tranzó y murió como un mártir de la lucha en su tiempo. Si alguien desea saber más sobre este personaje histórico, le recomiendo la obra de Federico Engels, Las Guerras Campesinas en Alemania.

Como no tengo a la mano la otra obra de Engels, Ludwig Feuerbach, voy a dejar la fuente como una referencia para lo que voy a comentar. En esta obra Engels relata cómo, los jóvenes hegelianos de izquierda se encontrándose imposibilitados de luchar políticamente contra la autocracia, iniciaron entonces una lucha contra lo que sí les era posible: las bases filosóficas sobre las que se asentaba todo el régimen, es decir, la religión.

Lenin luchó denodadamente contra la religión durante la lucha del POSDR (Partido Bolchevique) contra la autocracia primero, y contra el sistema democrático-burgués posteriormente. Debemos recordar que las condiciones rusas de la época le motivaron a librar esa lucha sin cuartel.

Pero opino que en nuestros días debemos saber analizar las condiciones objetivas en general y subjetivas en las masas para interpretarlas adecuadamente a fin de elaborar el programa político de la revolución, a partir del material que nos proveen las interpretaciones acertadas de la realidad.

En primer lugar, no podemos pasar por alto que la caída de la URSS representó un duro golpe para un buen sector de la izquierda, principalmente para muchos que se decían revolucionarios. Este golpe envalentonó a las burguesías reaccionarias en el mundo, hasta el punto de afirmar triunfalmente (tan triunfal como equivocadamente también) que el socialismo como sistema fracasó y con ese “logro” establecieron un nuevo orden mundial, el neoliberalismo, el cual ya nos demostró en apenas dos décadas que no tiene nada más para dar que falacias de ideología apologista neoliberal.

Paralelo a eso se ha venido dando una escalada en la carrera armamentista, ahora de manera unilateral y el mundo se balanceó hacia el lado derecho a ultranza. Tanto ha sido el desbalance que esa derecha hace impúdicamente el ridículo con sus argumentaciones y su empecinamiento en mantener las actuales condiciones sin importar el grave daño a la humanidad y al planeta que apenas se está empezando a exacerbar y puede llegar a niveles y situaciones nunca antes vistas y que nunca fueron tan graves. Pero claro, ahora resulta que los culpables serán los mayas por haber dicho con anticipación que habrían cambios (ese es el trasfondo de la basura cinematográfica 2012), aun cuando no hayan dicho –como se les acusa falsamente- que el mundo llegará a su fin dentro de poco. Eso es ideológico y es una más de las formas de descalificar a quienes no comparten sus visiones. Ahora volvamos al tema.

Como siempre hay una concatenación en todas las cosas y cada época histórica deja su impronta en todas las esferas de la vida social, la política no es una excepción, como tampoco lo son las ideas que se producen en cada una de esas épocas.

A los conflictos bélicos se les ha querido dar un tinte, una cubierta religiosa, aún cuando sabemos que esa cubierta es solamente un fenómeno que esconde la esencia de un problema económico (del sistema capitalista) que subyace en el fondo.

Ahora bien, hacer política es un asunto más complejo ahora y requiere un nuevo enfoque y mucha capacidad creadora en la manera de elaborar e impulsar proyectos y programas en un ambiente en que se lleva a cuestas el problema económico-financiero del mundo y la dificultad para mantener la hegemonía de muchas ideas dominantes, pero también se ponen en tela de juicio las ideas liberadoras, especialmente cuando se trata de ideas dogmáticas que no nos hacen ningún favor en esta lucha contra el sistema de injusticias y de iniquidades.

Me parece que los revolucionarios latinoamericanos debemos entender que en sociedades como las nuestras, en que un 99% –me atrevería a afirmar apriorísticamente- profesa ideas religiosas, no podemos combatir a rajatabla esas posiciones como si fueran el enemigo en sí. Debemos entender que, si bien es cierto, muchas de las denominaciones religiosas mantienen y hasta han exacerbado sus actitudes y acciones reaccionarias, hay grupos e individuos dentro de esas colectividades eclesiales que mantienen sus creencias y aún así, están en desacuerdo con las condiciones sociales imperantes en la actualidad.

El ejemplo del presidente bolivariano Hugo Chávez es un ejemplo de lo que digo. La revolución venezolana sigue caminando a su ritmo, de acuerdo a sus condiciones particulares aún cuando el presidente confiesa públicamente sus creencias cristianas y dice en sus discursos que no necesariamente debe haber contradicciones entre religiosos y marxistas. Si ha funcionado hasta hoy, me parece que debemos considerar la posibilidad real que hay de hacer una correlación de fuerzas entre marxistas y religiosos progresistas y hasta revolucionarios.

Admito que puede haber una posibilidad real en esa afirmación y esa posibilidad necesita que tengamos una visión mucho más estratégica y respetemos nuestras posturas filosóficas si no entran en contradicción con el objetivo de transformar las actuales condiciones de atraso y miseria. El materialismo histórico sigue siendo el mejor método de análisis de las sociedades, pero si para hacer avanzar la lucha debemos postergar la discusión filosófica (respecto a creer o no en las ideas religiosas) para un momento adecuado y hacerlo entonces de manera tal que podamos discutir nuestras posiciones en este sentido sin crear fisuras en la unidad que aún debemos crear, opino que es más que prudente tomar esto en cuenta. Si las creencias profesadas no sirven para afectar a otros o para tomar posiciones reaccionarias, considero que podemos bregar con eso.

Muy diferente es la postura que tengamos en cuanto a lo económico, lo político, lo social y lo cultural y es aquí en donde debemos encontrar una posición común. Obviamente, no todos los religiosos tendrán la libertad psicológica (de decisión) para accionar contra el sistema de las injusticias; no todos lograrán ejercer un criterio propio que les libere de las prescripciones injustas de sus líderes orgánicos (aunque tampoco condeno de manera a priori a todos esos líderes, no sea que haya alguno que no asuma posturas reaccionarias), pero el esfuerzo para abrirle las puertas a quienes de estas organizaciones estén dispuestos a luchar por la justicia bien vale la pena, aún así crean que el fin del mundo llegará en breve. Si creyendo eso, deciden luchar contra las injusticias y por establecer un nuevo sistema que nos permita superar dichas injusticias, yo no encuentro inconveniente.

En un país con un porcentaje tan alto de creyentes, es un suicidio político de cualquier organización que aspire a hacer la revolución y aún más si desea convertirse en vanguardia de clase.

Lo que sí deben entender los religiosos que quieren luchar es que hay un lugar y un momento adecuado para cada cosa y que no puede existir una desvinculación dicotómica entre nuestra vida aquí en la tierra y la vida eterna que se espera, ya que el futuro se construye aquí y en este tiempo.

Como dirían los obispos brasileños, citados en la obra Apuntes sobre Teología de Liberación, de Jorge Musto:

“La salvación no se configura como una realidad fuera del mundo, que será alcanzada apenas en la transhistoria, en la vida después de la muerte. Ella empieza a realizarse aquí. Esta salvación que viene de Dios y que irrumpe en la masa humana, dentro de la trama de la historia, se va revelando en el largo y complejo proceso de liberación del hombre”.

Yo soy un creyente religioso que defiendo mis creencias firmemente y nunca lo he negado, como tampoco he negado mis ideales revolucionarios, y por lo tanto entiendo que el Estado debe ser laico y debe asimismo, separar sus funciones de la religión. Para practicar un culto tenemos la iglesia y nuestra casa, pero no debemos mezclar las dos cosas. Es incorrecto hacer lo que hacen muchos políticos creyentes en la actualidad de obligar a los que no comparten sus creencias o su metodología religiosa a realizar oraciones públicas en sitios que están reservados a otros fines. Creo que si desean hacerlo –y están en su derecho- deben hacerlo para sus adentros y no imponer prácticas de manera autoritaria y, si desean evangelizar a otros, deben hacerlo de tal manera que se respete las decisiones de los que no tengan interés en su prédica. Pero claro, esas formas de imposición suceden en la sociedad burguesa como un reflejo de lo que la burguesía hace con los trabajadores, es decir, la mayoría.

Recuerdo que cuando leí en la Constitución cubana que la religión es permitida, pero debe estar separada del Estado, me sorprendí al pensar cuánto tiempo había sido engañado por el sistema burgués, el cual enseña que el socialismo es ateo y prohíbe la adoración de Dios. Porque todo eso no es cierto, es solamente propaganda burguesa.

No hay nada que atente tanto contra las creencias religiosas que el mismo sistema comercial que manipula las mentes con sus multimillonarias campañas publicitarias que inducen a las personas a actuar de la manera en que al capital le conviene. La religiosidad de las burguesías no es más que fraseología vacía, carente de sentido, como no sea el sentido de la rentabilidad. Si ser ateo les da ganancias, entonces así deberá ser por el bien del negocio, esa será su religión. El cristianismo y muchas otras religiones, son anteriores al sistema capitalista y éste se lo apropia y lo adapta con sus prescripciones a sus propios intereses.

Pero para ponerle un fundamento a lo que de fondo trato de decir, respecto a la posición que los religiosos (fundamentalmente los cristianos, no por exclusión de otras creencias sino por ser mayoría), citaré algunos argumentos o prácticas antiguas que encontramos en la Biblia, siendo que quienes compartimos esas creencias tenemos en común la consideración de carácter sagrado que éste libro tiene.

Cuando en el pueblo hebreo antiguo se gobernaban por un sistema de jueces, de los cuales quizá el más conocido sea Sansón, nos encontramos posteriormente en el capítulo 8 del primer libro de Samuel con que el pueblo de Israel pidió ser gobernado por un rey. Independientemente de la cuestión doctrinal a ese respecto, el nuevo sistema fue establecido.

Lo que podemos aprender de este pasaje histórico es que, desde la doctrina cristiana, se le ha permitido al hombre gobernarse por sí mismo y que, de acuerdo a la historia, los sistemas económicos y políticos que los seres humanos han establecido no son eternos y uno a otro se han sucedido, lo cual incluye al actual capitalismo. La síntesis de esto es que nos corresponde a nosotros autodeterminarnos y establecer las formas que consideramos más convenientes para el desarrollo de todo el pueblo sin que esto deba significar obligadamente que dejemos de creer en lo que creemos o creer en lo que no queremos.

Por otro lado, si buscamos un poco más, nos encontramos con el libro de Isaías, el cual menciona en el capítulo 10 lo siguiente en los primeros dos versículos:

1. “¡Ay de los que decretan leyes inicuas y que prescriben opresión,

2. para apartar del juicio a los necesitados y para quitar el derecho a los afligidos de mi pueblo, para que las viudas sean su presa y para despojar a los huérfanos!”

Pregunto ahora: ¿vivimos un sistema económico justo? ¿Nuestro sistema político permite sin cortapisas la participación popular en la toma de decisiones que le afectan para defender sus intereses y su forma de vida? Después de haber estudiado el sistema de Consejos de Desarrollo lo único que puedo responder es que nuestro sistema político es un fiasco, una burla que llama democracia a una farsa que impide al pueblo que hable libremente y se le tome en cuenta, lo cual, digamóslo de una vez, le impide a los seres humanos desarrollar sus grandes potencialidades. Pero sigamos cuestionándonos sobre el sistema burgués. ¿Será acaso que el sistema electoral que nos rige (en todo el sentido de la expresión, nos limita dentro de un estrecho molde de márgenes reducidos, tan parcos como lo es el sistema de partidos políticos que son grandes empresas para sus dueños quienes son a su vez mercaderes de la politiquería al servicio de quienes les financian) permite la participación de candidatos y candidatas de acuerdo a la voluntad popular y sin consideraciones de tipo económico, social o de cualquier otra clase? Es obvio que en esto último ni siquiera la Constitución –la cual dice de manera malintencionada el señor Manuel Ayau que es idéntica a la de la URSS- se cumple, y en la práctica, no todos pueden elegir y ser electos. Vuelvo a preguntar ¿El sistema jurídico guatemalteco es justo y equitativo, o favorece a los intereses más poderosos? O ¿Es justa la división en clases de la sociedad que debemos soportar? ¿Será justo el racismo colonial que oprime a todos y mayoritariamente a los pueblos originarios, así como la discriminación vinculada e él?

Es claro que desde el punto de vista de la Biblia, todo eso debe cambiarse, y si vinculamos esa condena bíblica a nuestro sistema económico, político y social, existe entonces una contradicción que debemos resolver para lograr el hecho de la autodeterminación, para lo que no bastan los sermones, sino que es fundamental nuestra participación en los asuntos políticos que nos afectan, es decir, la acción organizada. Noten que no estoy hablando de violencia porque no necesariamente las revoluciones deben ser violentas; ya vemos que Venezuela nos está mostrando que es posible hacer transformaciones sin apelar a la violencia y sin que los religiosos de entre el pueblo se vuelvan reaccionarios. Los que apelan a ella (la violencia) son los que no quieren la justicia y vulneran sus propias prescripciones religiosas en aras de obtener buenas rentas y mantener todos sus privilegios intactos; la violencia como un recurso defensivo se vuelve una necesidad frente a la agresión de esas clases opresoras. En otras palabras, nosotros no pensamos en la violencia, a menos que tengamos que defendernos de las agresiones.

Pero el socialismo tiene en común con el cristianismo, además del pacifismo, que creemos en la igualdad de valor de las personas, de los hijos de Dios. En el libro de Hechos, en 10:34 aprendemos que Dios no hace acepción de personas y, por lo tanto, no creo que El se complazca de lo denigrante que es para la gran mayoría no ser la clase social poseedora, sufriendo además, de todo lo inimaginable, como marginación, racismo, discriminación de todo tipo, de la explotación y, sobre todo, de un proceso de alienación que aún desde el punto de vista religioso no permite a los seres humanos desarrollar su potencial y más bien les distrae de su camino de perfeccionamiento. Afirmar eso sería como acusar a Dios de ser un burgués explotador y represor. Pero es necesario seguir con la misma actitud cuestionadora ¿Puede acaso la sociedad capitalista proporcionar algo diferente a los males que produce? La respuesta será negativa siempre, porque aún tomando “modelos” externos dentro del sistema, digamos, las condiciones de vida en los países de capitalismo avanzado, la realidad no puede ser otra -aún en esos países- que tener un grupo minúsculo que lo tiene todo –hablando materialmente- y un grupo creciente que incluso vive debajo de los puentes y en guettos, que no recibe lo necesario para comer aceptablemente las veces necesarias del día y de forma digna.

En cambio, encontramos un hecho histórico insólito que nadie se atreve a sacar a luz porque es una verdad inconveniente para los poderes humanos establecidos. En el mismo libro de Hechos que venimos mencionando, en el capítulo 4 de los versículos 32 al 37, leemos lo que estaba sucediendo ya en esa época:

* “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía que era suyo nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.
* Y los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran poder, y había abundante gracia sobre todos ellos.
* Así que no había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el producto de lo vendido
* y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad.
* Entonces José, a quien los apóstoles llamaban con el sobrenombre de Bernabé (que interpretado es, hijo de consolación), levita, natural de Chipre,
* como tenía una heredad, la vendió, y trajo el dinero y lo puso a los pies de los apóstoles”.

Sin entrar a considerar la viabilidad económica o política de este proyecto establecido en aquellos tiempos, veamos que estaban estableciendo una forma de organización social revolucionaria y pacífica que saltaba desde el esclavismo, hasta una forma religiosa de comunismo. Nótese la expresión “se repartía a cada uno según su necesidad”. Eso no era retórica, era práctica social.

A mí me parece que la cosa es muy clara a este respecto. La cuestión es si vamos a tener la madurez en ambos lados para comprender que el asunto se trata de que si alguien cree que puede lograr una vida mejor en otra etapa que trasciende lo mortal, pero entiende que este tiempo mortal es muy importante para su futuro esperado, entonces es su deber no abstraerse de esa lucha y dar su contribución a la humanidad; yo no me considero en condiciones de descalificar a nadie en esa situación a ese respecto. Ahora bien, resulta ser que esta etapa mortal, de preparación para el reino futuro que se espera –desde el punto de vista cristiano- la vivimos compartiendo con otros de nuestros congéneres que también tienen un potencial humano muy grande, aún cuando no compartan nuestros puntos de vista sobre religión y si decimos que somos cristianos o de cualquier otra denominación, estamos en la gran responsabilidad de caminar juntos para crear mejores condiciones de vida para todos, condiciones que nos permitan tomar decisiones como sujetos con mayores capacidades de entender lo que hacemos y no como objetos acríticos sobre los que se actúa y se les da órdenes sin considerar sus necesidades e intereses. Vivir en el mundo y no ser parte de él no puede significar jamás que solamente nos beneficiamos de lo bueno que otros crean y no damos nada a cambio de los beneficios que recibimos. Eso se llama parasitismo y oportunismo.

A mi entender, no existe una máxima más grande que el ejemplo de aquel que dijo que no hay amor mayor que dar la vida por los otros. Esa frase podría significar una sentencia de muerte en un país como éste en que vivimos, pero también significa vivir proyectándonos hacia los demás.

Pero esto significa también que un religioso debe tener un conocimiento personal, basado en sus experiencias personales para estar en capacidad de tomar decisiones acertadas, no solo en la vida personal, sino en lo colectivo; en este punto, no necesita que siempre se le diga qué debe hacer, es decir, debe adquirir el grado necesario de autonomía y madurez personal para poder tomar decisiones que van más allá de lo que nuestro “dirigente” religioso nos diga que podemos hacer y lo que no, en virtud de intereses particulares y oscuros que muchos de esos dirigentes defienden. Todo esto, particularmente, porque podemos convertirnos en piedras de tropiezo en lugar de ejemplos de desarrollo. Esas piedras de tropiezo, como se afirma en la citada obra de Jorge Musto, son “los que operan una reducción de la obra salvadora…aquellos que la limitan a lo escuetamente ¨religioso¨, y no ven la globalidad del proceso. Son aquellos que piensan que la obra de Cristo no alcanza sino por contragolpe o tangencialmente, y no a la raíz y cuestionante (sic), el orden social en que vivimos. Son aquellos que para proteger la salvación (o para proteger sus intereses) la sacan de donde late el pulso de la historia, de donde unos hombres, unas clases sociales pugnan por liberarse de la esclavitud y opresión a que les tienen sometidos otros hombres y otras clases sociales. Son aquellos que se niegan a ver que la salvación de Cristo es una liberación de toda miseria, de todo despojo, de toda alienación. Son aquellos que queriendo ¨salvar¨ la obra de Cristo la perderán”.

El punto central de todo esto es entender por nosotros mismos, sin luz prestada, que como seres humanos -como hijos de Dios-, iguales en capacidades y potencialidades debemos desarrollar amor hacia los demás, al punto de sentir lo que sienten y sufrir lo que sufren, sin importar si no nos haya tocado a nosotros la misma dosis de adversidad y sufrimiento (explotación) que a los demás. Hay cosas que tenemos en común: somos víctimas en muchas maneras de un sistema opresor, represor, inicuo, deshumanizante y que nos impide desarrollar nuestras capacidades, desde el punto de vista que sea que queramos ver las cosas y por el rumbo que queremos seguir, un camino simplemente mortal sin otra visión, o desde una perspectiva eterna religiosa. Con esos elementos en común, nuestra vida se intersecta y transcurre juntamente a la de los demás y debe ser de manera pacífica (si nos lo permiten así) en la búsqueda de nuestros objetivos, sin distinciones de credo. Porque, al final de cuentas, nuestra vida en sociedad no podemos vivirla en condiciones denigrantes y miserables, sino como miembros dignos de la familia humana.

Por sus frutos los conoceréis dice una escritura, y si pasamos por ese tamiz al capitalismo, debemos buscar cuales son los frutos que éste nos da: hambre, miseria, deshumanización, usura, traición, explotación, muerte, enfermedades evitables, mercantilismo en el que se venden y compran personas en muchas maneras, tales como la prostitución, racismo, discriminación, marginación, abusos sexuales, psicológicos y físicos por medio de la violencia familiar y en la sociedad, sometimiento de la mujer al poder patriarcal abusador en todos los aspectos y menosprecio a la mujer como persona, basura mercantilista e inmoral presentada en la televisión y en todos los medios, pandillerismo, narcotráfico y tantos otros males que nos acechan.

Para terminar, me pregunto ¿Será ese el plan de Dios? ¿Puede un creyente y seguidor de ideas de un ser superior permitir con toda tranquilidad todo ese orden de cosas injustas, que arrastra por el fango de la indignidad humana, de la bajeza a nuestros semejantes? Eso yo no lo puedo aceptar porque creo firmemente que los seres humanos tenemos un gran potencial, una gran capacidad para ser mucho más de lo que somos ahora en las actuales condiciones.

Considero que debemos crear una nueva teología de la liberación, una propia, que responda a nuestras necesidades de desarrollo en cada sociedad en particular (por ejemplo Guatemala para nosotros) pero sin olvidar el proyecto de la Patria Grande. Decir que somos cristianos o que profesamos una fe y permitimos que la injusticia campee impunemente, equivale a negar la doctrina religiosa cristiana, así como a una actitud hipócrita que no corresponde al discurso que sostenemos sobre la justicia.

Guatemala, 15 de abril de 2010.

“Para ser revolucionario hay que sentir en nuestra piel y en nuestro espíritu el dolor del pueblo oprimido y explotado. Hay que hacerse parte de él”.

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