viernes, 3 de abril de 2009

LA HORA DE LAS MASAS

Editorial de Albedrio
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La penúltima semana de marzo, la oligarquía guatemalteca, por medio de los llamados “grupos paralelos” que se dedican al ejercicio del crimen organizado mediante acciones perpetradas por las maras, envió un mensaje inequívoco a la ciudadanía: aunque en El Salvador haya ganado la izquierda, en Guatemala jamás habrá un gobierno democrático que no se pliegue a los intereses sectoriales del puñado de familias que poseen los principales medios de producción. Así, el terror fue sembrado en la población civil mediante el asesinato de pilotos de autobuses, en un operativo orquestado militarmente por los capos de las organizaciones criminales que, en contubernio con familias oligárquicas, controlan el tráfico de mercancías, personas y drogas por el territorio nacional, y que ven en el actual gobierno un peligro “izquierdista” para sus privilegios.

Al mismo tiempo, los ideólogos neoliberales de la oligarquía, agrupados en la Universidad Francisco Marroquín, presentaron al Congreso, por medio del grupo Pro Reforma, una iniciativa de ley para transformar la Constitución, adecuándola a los intereses de la ultraderecha. Ambos operativos se complementan como una ofensiva militar e ideológica del neoliberalismo y la oligarquía, que así expresan su pánico respecto de que en Guatemala se instaure un régimen democrático, lo cual ellos ven como “comunismo” y “privación de su libertad”.

En vista de que las organizaciones populares se encuentran dispersas, enfrentadas entre sí y, en el peor de los casos, dependiendo de los financiamientos de la cooperación internacional; y tomando en cuenta que, por eso mismo, han perdido la capacidad de arraigar en las masas y obtener de ellas la necesaria representatividad política, es impostergable que el descontento ciudadano por la ola de terror con la que la ultraderecha trata de amedrentar a la población se canalice pacíficamente por medio de manifestaciones civiles espontáneas, que hagan patente el conocimiento de las tretas de la ultraderecha y el repudio popular a las mismas.

La necesidad de estimular la espontaneidad de las masas debe cuidarse de que la ultraderecha infiltre sus manifestaciones con agentes agitadores encargados de perpetrar destrozos a la propiedad privada, pues con eso buscan darle a las movilizaciones un tinte de ilegalidad e ilegitimidad que las desprestigiarían. No son las masas populares las que vandalizan la propiedad privada, sino los agentes de la ultraderecha oligárquica que integran las fuerzas de choque de los “grupos paralelos”.

En tal sentido, los dirigentes de la Huelga de Dolores tienen ahora la alta obligación y el serio compromiso de hacer de su desfile un discurso histriónico que evidencie la conciencia y el conocimiento popular de las maniobras ultraderechistas tendentes a desanimar las esperanzas de las masas por un régimen democrático y antioligárquico, el cual es, por demás, necesario e imprescindible no para implantar el socialismo, como temen los anticomunistas de guerra fría, sino para democratizar el capitalismo como etapa inicial para enrumbar al país hacia planes de desarrollo económico con justicia social en el corto, mediano y largo plazo.

Los dirigentes de izquierda deben ponerle mucha atención analítica y estimular la espontaneidad de las masas, sin descalificarla a priori considerándola irresponsable o voluntarista. Es de esa espontaneidad que las dirigencia populares extraen los lineamientos organizativos para llevarla a acciones racionalmente políticas, dotadas de contenido de clase y de valor estratégico y hasta utópico. Lo peor que las dirigencias dispersas de izquierda pueden hacer en esta hora de ofensiva ultraderechista es disputarse deslealmente a las masas y arrogarse sus movilizaciones. Se trata de estimular su espontaneidad para aprender sobre la marcha de ella, a fin de llegar a encabezar su direccionalidad hacia el cambio democrático.

Cada gremio debe movilizarse desde y en sus puestos de trabajo y expresar su conciencia acerca de lo que pasa, así como su protesta y sus proposiciones para cambiar nuestro ya inaguantable estado de violencia. Las formas de convergencia y organización concretas brotarán de esta práctica espontánea, porque está visto que la ausencia de liderazgos populares ha llevado a la atomización personalista de una miríada de proyectos políticos dispersos y en extremo centrados en dirigencias minoritarias y cerradas. Quizá esta coyuntura sea la oportunidad de superar esa tara.

Son otro tipo de liderazgos los que se necesitan. Liderazgos arraigados en las bases y con genuina representatividad. Y, como siempre, es la circunstancia histórica y no el voluntarismo y el ansia de poder de los “revolucionarios profesionales” lo que los hará surgir; esta vez, como resultado de las condiciones asfixiantes en que la ofensiva de terror de la ultraderecha ha sumido a la ciudadanía entera.

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