lunes, 15 de noviembre de 2010

En el capitalismo los niños no pueden desarrollarse como Seres Humanos

Por Carlos Guillermo Maldonado
Dejad que los niños vengan a mí… de cierto de cierto os digo que si fuereis como niños alcanzaríais el Reino de los cielos…

Sentencias que dentro del imaginario popular, especialmente de Occidente, se le atribuyen al Maestro Jesús las cuales son refutadas totalmente por la barbarie de este sistema macabro que se cierne sobre los más vulnerables dentro de los que se cuentan mujeres, ancianos, discapacitados y, por supuesto, los niños.

En mi país, Guatemala, los chiquillos son despreciados a tal punto que puede explotárseles, vendérseles, ultrajárseles, incluso, asesinárseles sin que eso levante más que un clamor pasajero que pronto se pierde en el barullo de la cotidianidad de la necesidad perentoria y de otros crímenes que al igual que estos quedan impunes.

Si bien, los medios, necrófilos la mayoría, con sendo morbo cubren esas noticias, cada caso da lugar a otro sin que la problemática sea abordada seriamente. Lo que interesa es vender la nota sangrienta del momento. Es tal la impúdica parafernalia que a esa nota puede acompañarle un anuncio de los servicios de policía privada o de venta de casas en colonias seguras por circuladas.

Existen reportajes que tocan el tema del maltrato infantil que pasa por el trabajo de los pequeños donde Guatemala ha sido señalada por organismos internacionales como una de las naciones donde se violan flagrantemente los tratados y disposiciones que al respecto la seguidilla de gobiernos de este país miserable, han firmado, pero que siguen sin comprometerse en su cumplimiento. Existen cientos de programas y escritos donde se toca el tema de los niños de la calle, del gran negocio de las adopciones fraudulentas, de la trata de menores, de las maras, del tráfico de infantes y adolescentes, del tráfico de órganos, de los niños y jóvenes sicarios y de muchas otras aberraciones que se cometen contra estos seres inocentes y puros, pero nadie de los medios y entes gubernamentales se ha preocupado en serio por levantar un debate social que siente las bases para terminar de una vez por todas con los flagelos que pesan contra los niños, empezando con los que los meten de lleno en el círculo maldito de la mercancía.

Cada vez que escucho o veo las noticias, que las leo en los matutinos acerca de crímenes de toda índole contra estos pequeñines un nudo se me atranca en la garganta. Los partes policiales terminan provocándome náuseas. La misma perorata: “ajuste de cuentas, líos entre pandillas rivales, qué a saber en que estaba metido el chico” y más aún, los comentarios de la gente en la calle repiten la misma cantaleta ajena: en algo ha de haber estado metido, los pecados de los padres lo pagan los hijos, etcétera.

La otra vez en la radio, en un programa de esos que no proponen nada sino más bien alimentan el morbo hablando sin fundamento de lo que se conoce superficialmente, se tocó ese tema y tanto moderador como participantes llegaron al consenso que es la familia la que tiene que hacerse cargo de los niños: ¿Qué familia? Muchos de ellos vienen por la maldita miseria de pueblos lejanos a ver cómo se ganan la vida acá en la gran ciudad y su familia la constituyen sus hermanos mayores o patojos en su misma condición juntados en un cuartucho para poder tener un techo siquiera. Y, en esas condiciones, son presas fáciles de los adultos que orillados a inmiscuirse en los negocios que el capitalismo degradante les deja para sobrevivencia ante el paro forzado: narcotráfico, prostitución y sicariato, por citar algunos, ven a aquellos como mercancías ideales para acrecentar sus podridas ganancias. ¡Qué futuro el de nuestro país!

Asimismo, hay que tener en cuenta que estudios recientes de organizaciones serias en el asunto de la niñez y la juventud han llegado a determinar que la violencia contra los chicos y adolescentes se ejerce primero en el seno de su misma familia.

Es urgente, por todo ello, que el Estado y este gobierno que se jacta de socialdemócrata, ponga atención a su niñez y elabore una política integral para los infantes. No puede ser que los niños sigan siendo uno de los eslabones más débiles de la cadena sobre los cuales caen las frustraciones más inverosímiles y aterradoras del conjunto de esta sociedad enferma que carece de amor a sus semejantes. Dicho segmento de la ciudadanía debía por tanto, ser la más protegida pues de ello depende en gran manera su futuro.

Un niño golpeado, despreciado, humillado, ultrajado hoy se convertirá fácilmente en el adulto resentido, enfermo sociópata y degradado del mañana que a su vez recurrirá a la violencia y al daño a los más vulnerables, entre los que obviamente se contarán sus propios hijos u otros, repitiendo el mismo círculo perverso de la mercancía.

Hay que hacer algo pronto, aunque sea para paliar la situación, pues lo ideal sería cambiar el rol de las relaciones mercantilistas propias del capitalismo que convierten en productos para su compra-venta, en especial a los seres humanos, a quienes arranca el alma para seguir reproduciendo la órbita infernal de su existencia. Sin ese alimento, concretado en plusvalía y transformado en ganancia particular, el capitalismo moriría irremediablemente. Los niños, por ello, son tan apetecidos porque haciendo trabajos de adulto se les puede pagar mucho menos que a aquellos, pagarles en especie incluyendo alcohol y drogas o simplemente esclavizarlos.

Por ello, para humanizar la humanidad es justo ir pensando seriamente en sustituir este mecanismo de muerte y autodestrucción de la raza humana que se llama capitalismo.

¿Usted que opina, mi amigo lector?

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