Por Carlos Maldonado
Ha pasado un siglo desde que aquel fatídico 8 de marzo cuando fueron quemadas junto a sus hijos varias mujeres en un incendio provocado para acallar su voz de protesta por las condiciones deplorables de las fábricas de los grandes propietarios capitalistas. Eran los tiempos donde la Revolución industrial estaba en su apogeo y tras la brillantez de l progreso se ocultaba la miseria de millones de explotados en el mundo.
Osaron aquellas valientes mujeres oponerse no solo al capital en sus relaciones más crudas y expoliadoras sino también al clima general donde la mujer era considerada un ser inferior con respecto al varón: pago menor por la misma jornada, acoso sexual, maltratos y agresiones físicas y psicológicas, despidos por embarazo, períodos de trabajo no pagados so pretexto de ser ajenas dichas actividades a la labor específica, violaciones, condiciones insalubres de trabajo, desintegración familiar, vicio, etcétera.
Pareciera que las condiciones no han variado mucho, sin embargo, la mujer ha adquirido una dimensión social de carácter irreversible en la lucha por la emancipación de la clase trabajadora y de la humanidad. Ha adquirido una conciencia profunda de sus derechos como ente creador de riqueza no solo en la producción sino en la política y en la cultura. Una conciencia de su papel como ser con iguales derechos que el varón a tal punto que sus relaciones íntimas han sido trastocadas de tal manera que cada día que pasa corta los eslabones de la antigua cadena que la sujeta al varón en su dependencia absoluta. Y, por supuesto, aporta a éste el entendimiento que la lucha es los explotados y no entre los explotados. Que la lucha es contra el capital y no entre los géneros.
Muchas han optado por vivir independientes, solas o con sus hijos, que a la sombra de un compañero que, no entendiendo su naturaleza similar, trata de reproducir en ella y su descendencia las relaciones que practican con él en el trabajo y en otros ámbitos donde se desenvuelve.
Su sufrimiento como práctica cotidiana le ha impreso en su espíritu esa disposición a la libertad, a la lucha y a la transformación de su futuro propio y el del mundo.
Los estrechos verán que nada ha cambiado y nada cambiará, incluyendo la primitiva visión de que la mujer estará supeditada al varón por siempre, reforzada esa ignorancia por los discursos sutiles y venenosos de la religión y sus jerarcas que defienden el machismo y el celibato como yugos inicuos dentro de sus ovejas. Y, sin embargo, aún dentro de sus congregaciones las mujeres han introducido el debate sobre la igualdad y el derecho de ellas por dirigir la liturgia y la sacralidad, al igual que los varones.
Los revolucionarios, en cambio, no podemos más que estar agradecidos con esos grandes aportes femeninos y confiados que ellas levantan y seguirán levantando la bandera de la emancipación del género humano en América Latina y el planeta. Signos inequívocos de lo que expreso son plausibles hoy en todos los ámbitos y lugares. La mujer va al frente de las marchas, de las protestas callejeras, de las conspiraciones para derrocar este sistema capitalista caduco que por lo mismo trata de negar su naturaleza humana y su igualdad a través del uso y abuso de su figura para cosificarla a través del consumismo y la propaganda comercial.
La mujer se ha ganado a pulso su espacio en la primera línea de dirección de la Revolución Mundial.
¡Salud mujeres del mundo!
¡Su lucha es imprescindible en la liberación de la humanidad!
¡Vivan las mujeres! ¡Vivan por siempre las mártires de marzo!
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