jueves, 12 de noviembre de 2009

NO ES CUESTIÓN DE ETNIAS SINO DE CLASE

La lucha de clases es el eje central de la tesis marxista y la historia ha demostrado con la dinámica de sus propios sucesos que, a pesar de la extinción del socialismo real en la exURSS y los países del Este europeo en la década de los 90’s, sigue siendo válida para el análisis de los fenómenos, en especial los de carácter histórico-social.

Muchos países socialistas de la órbita de Moscú y partidos comunistas, no solo por las ambiciones stalinistas plasmadas en el Protocolo secreto del pacto germano-soviético que condicionaba a Alemania a proporcionarle a su contraparte la mitad de Polonia y bases en Finlandia como parte del acuerdo de no agresión, sino también por los acontecimientos acaecidos muchos años después, 1968 para ser exactos, cuando las tropas soviéticas invaden Checoslovaquia en la denominada “Primavera de Praga”, rompieron con la URSS y salieron del Pacto de Varsovia. Sucesos que acumulándose, fueron diezmando la credibilidad de los herederos de la otrora gloriosa revolución socialista de Octubre, fraccionando posteriormente el movimiento comunista mundial.

Muchas agrupaciones de este corte, negaron la tesis fundamental del marxismo como la lucha de clases y otras como la dictadura del proletariado, acercándose más a las estructuras reformistas y socialdemócratas. A ese abandono y nuevo acomodamiento, se le denominaría luego como eurocomunismo.

Eso, primero en Europa toda para luego extenderse por el mundo, sin ser excepción nuestra América .

Saco esto a colación pues, esa visión heredada de esas abdicaciones teóricas e ideológicas, hoy, con la llegada de Barack Obama al poder de la nación más poderosa del planeta, militar y políticamente hablando, como consecuencia de la caída de la URSS, que muchos esperaban fuera un giro total a la política exterior gringa. Especialmente ante las naciones menos desarrolladas y, entre ellas, las de América Latina. Esperanza no solo fundamentada en esta visión socialdemócrata nutrida con las tesis etnicistas de la bondad del “hombre de color” cuya raza había sufrido tanto que no podría comportarse igual que los blancos, sino también porque en sus discursos el afroamericano denotaba con un lenguaje pausado, tranquilo, elegante y firme que su postura sería opuesta a la de su antecesor.

Ese clima se pudo observar en los medios audiovisuales donde las multitudes del mundo entero, no digamos la autóctona, que asistió al discurso de toma de posesión, se mostraban arrobadas ante aquellas primeras palabras del presidente “negro” quien cerró magistralmente aquel festín mediático con un exquisito baile junto a la primera dama cuyo fondo fue una famosísima melodía de la también afroamericana Areta Franklin. Fue el clímax total. ¡ Estados Unidos era otro!

Pasaron los días, llegó la Cumbre de las América s en Trinidad y Tobago –hasta los presidentes y jefes de Estado de América restante compartían las mismas esperanzas- pasaron los primeros cien y los meses. Sin embargo, el cambio no llegó. Las tropas en Afganistán fueron reforzadas, las acantonadas en Irak no se han retirado, el embargo contra Cuba siguió imperturbable, la promesa de cierre de Guantánamo se quedó en eso. Pero lo más ignominioso del gobierno del presidente “negro” fue su apoyo incondicional al golpe de Estado en Honduras. Claro, con una pantalla de democratismo y de ceño fruncido hacia los golpistas para que la digna comunidad internacional creyera en esos cantos de sirena. Y, para cerrar con broche de oro la apuesta a esa vuelta al pasado con los mecanismos propios de épocas rebasadas, salió a flote el Acuerdo secreto donde Estado Unidos se anexa Colombia a través de la imposición de siete bases militares en ese territorio con la excusa de la interminable guerra al “narcotráfico” y a la “narcoguerrilla”. Baladronadas viniendo de un gobierno que se ha hundido hasta el cuello en el fango del narcotráfico, el paramilitarismo y la corrupción.

Como dice el viejo y sabio refrán: “No todo lo que brilla es oro” y para muestra un botón.

Por eso, es impostergable que yo saque a colación esta temática, pues por haber tirado al niño junto con el agua sucia, los que renegaron de aquellos dramáticos sucesos que, para ser objetivos, no solo deben ser cargados a la Unión Soviética , sino a una serie de factores, también renegaron de los sustanciales postulados del marxismo sin reflexión alguna. De ahí, que ahora se tenga más esperanza o recelo en la etnia de las personas que en su conformación de clase. Por ello, las multitudes alrededor del mundo albergaban su esperanza en el joven hombre negro que llevaría las riendas del gobierno gringo y no en su posición de clase que, a pesar de sus discursos de conciliación, se materializan hoy en una política exterior que no solo no tiene nada que envidiarle a la de su antecesor, sino que la ha rebasado ampliamente.

Quizá los acuerdos sobre las bases militares ya estaban formalizados durante la gestión de Bush, sin embargo, éste joven negro no hizo nada para frenarlos. Asimismo, las diatribas sobre una nueva relación con América Latina expresadas en Trinidad y Tobago, fue solo un bello discurso el cual fue borrado de tajo por sus maquiavélicas jugarretas para apoyar a los golpistas en Honduras.

Poco me falta para estar totalmente de acuerdo con lo que dijo el segundo a bordo de Al-Qaeda, acerca de Obama a quien lo señaló como un “esclavo doméstico”. Todo indica que hay mucho de ello en él, pero su posición de clase es la que lo ha guiado por los derroteros de ser ubicado al frente, no de la nación que nació a la luz de la Declaración de Filadelfia, sino del Complejo Militar-Industrial que no dudemos ya habrá pasado parte de su agradecimiento a alguna cuenta bancaria del Presidente. Y, por qué no habríamos de pensarlo, si ya la fiera Condolezza Rice demostró, a pesar de su negritud, que antes que los intereses de su “raza” o en su defecto, los del pueblo de Estados Unidos , había que defender y trabajar por los de su clase. Los de la “nomenklatura” imperial. Por supuesto que ahora, ella ya no está pero la ha sustituido alguien que es esposa de quien diseñó la política exterior de Estados Unidos para el siglo XXI, alguien que pertenece a esa misma elite: William Clinton cuyo contenido tendrá que hacerla cumplir quien esté al frente del gobierno Imperial, no importa si éste es negro, amarillo, cobrizo, blanco o mujer. Por ahora le tocó a la comunidad afroamericana, pueda que mañana sea la latina quien releve, pero eso no significará que los latinos, de allá o de sus países de origen, tengan una mejor vida. No hay que seguirse engañando.

Por eso, ¡qué razón y qué vigencia sigue teniendo Carlitos, especialmente en estos días cuando la pirotecnia en la Puerta de Brandeburgo nos quiere desviar la mirada de los otros muros, más grandes y oprobiosos que a partir de la caída del de Berlín se apresuraron a levantar los liberales mercaderes “vencedores” de esta época!

Por fortuna, como todo en esta vida, esa victoria también es efímera. Han tenido que pasar apenas 20 años para que el best-seller de Fukuyama se venda en las librerías de segunda mano y de viejo alrededor del mundo, mientras los de Carlitos vuelven a circular de nuevo con ediciones recientes. ¡Ah, las paradojas de la vida!

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