martes, 24 de marzo de 2009

DEL TRIUNFO DEL FMLN Y LA IZQUIERDA EN GUATEMALA: algunas reflexiones


Mario Sosa
En Albedrio, 19 de marzo 2009

Primera parte

Profunda alegría y aliento nos causa el triunfo del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional –FMLN-. Sin duda constituye un hito en la historia de nuestro hermano país El Salvador.

En el objetivo irrenunciable de lograr que nuestros pueblos sean los constructores de su propio destino, la toma del poder sigue siendo una vocación que no debemos obviar. Esa vocación colectiva de poder de todo un pueblo ha permitido que El Salvador, a través de su organización revolucionaria se encuentre ante el reto de gobernar, ejercer el poder y, al mismo tiempo, transformarlo en un poder popular. En ese sentido, dicho triunfo constituye un paso fundamental para dejar atrás una historia de dictaduras y masacres, de políticas burguesas e imperialistas, y adentrarse en un camino que deberá caminarse en dirección a lograr los objetivos por los que se luchó durante y después de la firma de la paz en 1992.

Pero dicho triunfo debe ser comprendido en su contexto. El FMLN surge de la guerra salvadoreña como una fuerza militar capaz de lanzar ofensivas militares de alto impacto y llevar la lucha a un franco “empate” militar, aun con todo el financiamiento e intervención militar del imperio estadounidense. De tal manera que su conversión en partido político encuentra en una acumulación de fuerzas, una condición para insertarse en el sistema político legalmente establecido, con la posibilidad de competir por el poder, con la posibilidad de ganarle el gobierno a la derecha e iniciar un nuevo proceso hacia la construcción de un nuevo régimen. Es decir, su capacidad organizativa y política le dio la posibilidad de mantenerse beligerante y entrar al juego político electoral como una fuerza capaz de disputar el poder y no sólo jugar el papel funcional de legitimador de un sistema político que, como el guatemalteco, sólo garantiza la sustitución de unas elites por otras.

Pero llegar a este triunfo además, se da a partir de criterios que en la práctica demostraron su justeza. La constitución del partido político FMLN, se da a partir de la tesis de ser un frente de organizaciones, que reconocía la existencia de procesos organizativos históricos, con liderazgos e identidades sólidas, y que sólo en un esfuerzo sostenido se podría construir una identidad unitaria, basada en un programa y una estrategia política compartida. Es decir, el FMLN fue y en parte todavía lo es, un frente de organizaciones que, no obstante sus diferencias que llevan a la salida de fuerzas que se constata eran conservadoras (con algunas excepciones), han sabido mantenerse unidas.

Contrariamente, en Guatemala, las fuerzas revolucionarias salen de la negociación y de la firma de la paz en situación de debilidad producto del desgaste que hechos, como el del secuestro de la señora Novela, le hicieron ceder en el Acuerdo sobre Aspectos Socioeconómicos y Situación Agraria y le orillaron a firmar con rapidez los acuerdos finales, a desmovilizarse y convertirse en partido político en condición de fuerza secundaria, sin la capacidad de beligerancia requerida, ni siquiera, para luchar por el cumplimiento de aquella parte de los acuerdos que por ser coherentes con el proyecto revolucionario debían lucharse en la calle y no en mesas de comisión. Adicionalmente, su liderazgo impuso una tesis de unidad, en la cual, organizaciones que se articularon en la URNG en 1982, debían desaparecer –con especial énfasis al partido comunista- y dar vida a un partido político que por decreto se constituiría en la expresión de unidad de las fuerzas insurgentes. Se obvió lo que en El Salvador se tuvo claro: los procesos organizativos, los liderazgos, los conflictos internos y las identidades no desaparecen por arte de magia y, efectivamente, no desaparecieron. Desde la llana militancia hasta los comandantes, las “anteriores” organizaciones continuaron articuladas y actuando al interior del nuevo partido político, como corrientes que ni siquiera llegaron a ser ideológicas; todo lo contrario, las corrientes que pudieron haber sido identificadas como revolucionarias se desviaron en el camino o fueron cediendo en sus posiciones a partir de la justificación de la unidad, orientación que en la práctica significó asumir el instrumento político como un fin y no como un medio. Con esto dejaron no solamente que fluyera una hegemonía ideológica y política vagamente socialdemócrata, que se adueño del partido, haciéndolo un partido funcional, con discurso a veces y a regañadientes de izquierda pero finalmente conservador, que hoy, desde la marginalidad y el desprestigio político, es imposible pensarlo como una opción de poder, ya no digamos como la alternativa de poder.

Viene a cuenta lo anterior por los comentarios que hemos escuchado y alguna declaración de prensa que, bajo la idea de que Nicaragua venció, Salvador le siguió y que ahora, como por arte de magia y como juego de dominó, Guatemala le seguirá; criterios que no dejan de ser producto de nuestro profundo carácter idealista (filosóficamente hablando), supersticioso (ilusorio) y subjetivo.

Estos y otros asuntos relacionados seguiremos tratando en los siguientes aportes, siempre con la intención de estimular el necesario debate.

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