martes, 9 de febrero de 2010

El Imperio, la Crisis Económica y la Paz en el Mundo

E. Wilfredo Lanuza
    
     En repetidas ocasiones he mencionado que las crisis del capitalismo son un problema recurrente dentro del sistema. Dichas crisis se dan de manera cíclica, aunque a partir de la imposición a nivel global del neoliberalismo, éstos ciclos se han trastornado, haciéndose cada vez más frecuentes, reduciéndose el lapso entre uno y otro, dando la impresión de ser un problema continuo. Lo que pasa es que al globalizar la economía se aumentó la interdependencia entre las distintas economías nacionales y al surgir las crisis en cualquier país, afectan a los restantes miembros de esa interrelación en una especie de efecto dominó que arrastra virtualmente al, mundo entero, afectando a unas sociedades más que otras. En otras palabras, los problemas del sistema económico que ha sufrido muchos cambios a lo largo de la historia ya no se manifiestan de la manera que lo hacían en el pasado.

     Una tras otra, las crisis se van sucediendo en distintos escenarios sin que haya poder capaz de detenerlas y junto a ellas sus consecuencias que asestan su golpes más fuertes y crueles sobre los pueblos que son, al final de cuentas, los que deben pagar las facturas de todos los errores cometidos en nombre del dios mercado y de las contradicciones irresolubles, inherentes al capitalismo mismo. Como quien dice que esto no tiene solución  si no se efectúan cambios estructurales profundos en las formaciones económico-sociales que están fundamentadas en el mercado como sistema rector.
    
     La crisis actual representa una amenaza seria para los intereses de los capitalistas porque se da en un momento en que emergen distintos bloques económicos que cuestionan y ponen en aprietos al poder anteriormente hegemónico a nivel mundial. Ya mencioné en otro artículo que el desarrollo del ALBA supuso un grave golpe al imperialismo norteamericano por ser su antítesis, no solo en lo económico sino en lo político social y cultural.

     El problema es que la defensa soberana de los recursos naturales de los pueblos pertenecientes a la Alianza Bolivariana para las Américas representa un freno para los intereses imperialistas, intereses consistentes en acceso a materias primas baratas o regaladas y a mercados para sus productos –aunque a partir de la imposición del neoliberalismo también acceso a mano de obra barata, tal el caso de la maquila, así como el drenaje constante de capitales que son robados por medio de la deuda externa que, en honor a la verdad, ha sido pagada con creces a los saqueadores de los organismos multilaterales de desfinanciamiento.

     Como resultado de esas cosas, los imperialistas (y de manera más dramática los imperialistas estadounidenses) han visto como su hegemonía se les vino al suelo y pasaron de ser los jefes absolutos (en toda la América Latina, excepto Cuba) a ser observadores de los procesos históricos que los están desmintiendo y deslegitimando como supuestos dueños históricos de las riquezas y del destino de los pueblos, no solo del continente, sino del mundo mismo. El problema es que ellos aún se siguen creyendo (solo ellos, por cierto) la doctrina del destino manifiesto y creen que por voluntad divina debemos venerarlos y cederles nuestra riquezas a cambio de algo menos que espejitos y cuentas de vidrio. La realidad está muy lejos de esto y la verdad es que, de potencia hegemónica solo les va quedando la ilusión y el recuerdo nostálgico.

     Esto último es cierto, dado que la economía gringa hace mucho que  empezó a olvidar la producción y vive de la especulación, de lo que extraen de los países satélites -para lo cual usan gobiernos genuflexos- y de  las únicas ramas de la producción que aún les rinden utilidades, me refiero a las de los energéticos (utilidades para unos cuantos y esto a costa del pueblo estadounidense mismo) y la producción de armamentos que es la única rama económica que ha podido mantenerlos a flote. Un ejemplo de lo  anterior lo ilustra el hecho siguiente: aproximadamente unas dos semanas después del derribamiento de las torres gemelas en septiembre de 2001, la  bolsa de Nueva York perdió en un solo día alrededor de 26 puntos porcentuales, paralelamente a eso la parte de la bolsa que abarca a las empresas armamentistas subió ese mismo día –sorpresa- los mismos 26 puntos porcentuales que perdió el resto de las empresas que allí cotizan. La pregunta es entonces, ¿cómo le podemos llamar a una economía semejante que está establecida sobre la base del armamentismo?

     Economía belicista eran los términos en que los economistas estadounidenses Paul Sweezy y Paul Baran se referían a la economía estadounidense. Afirmaban que para poder subsistir, dicha economía necesita de la existencia de conflictos  (guerras) que le permitan  colocar altos porcentajes de su producción armamentista; para lograr eso necesitan por lo tanto, intervenir en donde no son llamados, y cuando sea preciso, provocar ellos mismos los conflictos que les permitan amasar jugosas ganancias. Sostienen también que la producción armamentista es una de las áreas más dinámicas de la economía nacional estadounidense, lo que les permite crear fuentes de trabajo para un basto porcentaje de la mano de obra de ese  país.
   
     A fin de fundamentar lo que vengo diciendo, voy a reproducir una fracción de las palabras de Paul Baran, las cuales forman parte del libro La Economía Política del Crecimiento, de su autoría. Esta obra trata sobre el concepto de surplus o excedente, que tanto el autor como Paul Sweezy desarrollan en sus planteamientos teóricos. En el capítulo IV, Estancamiento y desarrollo del capitalismo monopolista, refiere lo que incluyo a continuación:

     “…el status competitivo en la economía mundial de las empresas oligopolistas y monopolistas de un país imperialista, depende de hecho y en gran proporción del apoyo sistemático y cabal por parte de su gobierno…lo que hace falta en la actualidad, en términos políticos, es el establecimiento de bases militares donde esto sea posible con objeto de asegurar la estabilidad política y social, la existencia de gobiernos acomodaticios  y una política apropiada en lo económico y en lo social  en todos los países accesibles del mundo. Cualquier  equilibrio que se logre en estas circunstancias, es por consiguiente muy inestable. Guerras grandes y pequeñas marcan el reajuste de las condiciones mundiales respecto al poderío cambiante de las potencias que compiten y tienen como único resultado un nuevo equilibrio precario de una duración incierta.

     De lo anterior, solamente merece comentar que la historia de la América Latina y del imperialismo yanqui confirman las palabras anteriores y aún cuando la primera edición de esta obra data de 1957, pareciera como si acabara de ser escrita, tal es la realidad que nos toca vivir. Hoy en día los yanquis han llenado de bases la superficie de nuestra patria grande y amenazan con llenarla todavía más, en una acción que parece anunciar una nueva hecatombe global, una nueva irracionalidad de la rapiña de una potencia imperialistas que considera que el viejo reparto de territorios que data de antes de mediados del siglo pasado no le es suficiente en vista de la encrucijada en que el sistema se ha metido. Ahora continuemos con las palabras de Baran:
   
     “El problema se presenta en una perspectiva totalmente distinta cuando se toman en consideración no sólo las ventajas directas que la política imperialista proporciona a la sociedad de un país capitalista avanzado, sino cuando se observan todos sus efectos. Los préstamos y créditos a los llamados gobiernos amigos de los países dependientes, los gastos para los establecimientos militares necesarios para “proteger” ciertos territorios o para reforzar alguna política en el exterior, los desembolsos que implica un enorme aparato destinado a organizar la propaganda, la subversión y el espionaje tanto en las regiones sometidas, como en otros países imperialistas competidores o “inseguros”, asumen magnitudes prodigiosas. Aunque representan una parte del Producto Nacional Bruto –en los Estados Unidos el promedio de la última década fue casi del 20%-, su importancia no la refleja enteramente ni siquiera esa proporción. Esta puede aclararse cuando se comprende que la parte del excedente económico que absorben estos gastos es sustancialmente más grande. De ahí que el impacto de esta forma de utilización del excedente económico sobre el nivel de ingreso y ocupación de un país capitalista avanzado, trascienda por mucho el efecto generador que en el ingreso y la ocupación representan las actividades económicas en el exterior propiamente dichas. Estas últimas, de hecho sólo tienen una importancia accidental si se las compara con las primeras, que son la piedra suelta que pone en movimiento una enorme roca.

     “El que los medios de que se vale la política imperialista opaquen completamente sus objetivos originales, tiene implicaciones de gran alcance. Al proporcionar un amplio escape para el desbordante excedente económico, este gasto para financiar la política imperialista se transforma en la forma central de los “gastos exhaustivos” del gobierno, en la médula de la intervención estatal a favor de la “ocupación plena”. En realidad, este tipo de gasto gubernamental es el único que el capital monopolista acepta íntegramente. Favorece a las grandes empresas al proporcionarles demanda adicional para su producción sin interferir en sus mercados normales; no tiene ninguna de las desventajas de  todos los otros tipos de gasto gubernamental, asegurando al mismo tiempo altos niveles de ganancia y los niveles requeridos de ocupación. De ahí que la continuación y aún la expansión de las políticas imperialistas y de los gastos militares ligados a éstas, obtengan el apoyo no sólo de sus beneficiarios directos, es decir, de las corporaciones que obtienen grandes ganancias de sus trasnsacciones apoyadas por el gobierno en el exterior, las empresas cuyo negocio es abastecer al gobierno con equipo militar, los generales y los almirantes que están ansiosos de que no se les releve de sus responsabilidades no muy arduas, los intelectuales que encuentran amplia aplicación de sus talentos en diversas organizaciones que deben su existencia a estas políticas, y la “aristocracia obrera” que recoge las migajas de las mesas de los monopolios. El gasto gubernamental en gran escala para propósitos militares aparece así como esencial para la sociedad en su conjunto, para todas sus clases, grupos y estratos, cuyos trabajos e ingresos dependen del mantenimiento de los altos niveles  de actividad económica.

     “En tales circunstancias, se produce una gran armonía entre los intereses de las empresas monopolistas, por una parte, y los del resto de la población, por la otra. La fórmula unificadora de este “imperialismo del pueblo” –para usar la adecuada expresión de Oskar Lange- es la “ocupación plena”. Con esta fórmula en su bandera, las empresas monopolistas tienen pocos problemas en asegurar el apoyo de las masas a su régimen indivisible, en controlar abierta y cabalmente al gobierno y en determinar sin disputa su política interna y externa. Esta fórmula atrae al movimiento obrero, satisface las exigencias de los agricultores, da gusto al “público grueso” y ahoga en su nido toda oposición al régimen del capital monopolista”

     Hasta aquí la cita del autor. Es impresionante cómo describe muchas de las circunstancias actuales del imperialismo, como si lo estuviera “leyendo” en la actualidad. Puedo ver dos tendencias generales de pensamiento que se generan de la lectura anterior. La primera de ellas se refiere a que el imperialismo necesita consolidar su poderío y para ello requiere de lo que estamos viendo concretado actualmente: bases militares por todo el mundo para asegurarse que sus prerrogativas no estén en peligro.

     Para fundamentar lo anterior con información actual, tomaré de la columna del columnista Ricardo Rosales publicada en el diario La Hora del día 12 de agosto pasado, algunos datos sobre la presencia militar estadounidense alrededor del mundo. Según el columnista del referido medio, en la actualidad habría alrededor de 865 instalaciones militares yanquis en más de 40 países, con una movilización más de 190 mil soldados en más de 46 países y territorios. Contabilizando las bases en Colombia, el imperio tendría cuando menos 872 bases. Toda esa movilización consume mínimamente  $250 mil millones al año para su mantenimiento. Una verdadera ofensa para la dignidad humana de cientos de millones que se debaten entre el hambre y la miseria debido a causas estructurales vinculadas al capitalismo.

     Volviendo al tema militar, lo anterior implica, no sólo el desarrollo sin riesgos de las empresas transnacionales (oligopólicas o monopólicas) que cuales plagas han caído sobre distintos países del mundo y en nuestro caso, latinoamericanos, sino también, la apropiación a cualquier costo (social por supuesto) de los recursos naturales de los países subdesarrollados. Es un secreto a voces que hay tropas yanquis en Guatemala en las zonas estratégicas de dichos recursos; si nos preguntamos con que fin un país soberano permitiría fuerzas de ocupación en sus límites territoriales, no habría otra respuesta que para “proteger” esas riquezas, para las empresas imperialistas, claro está, aunque aquí son campeones para hacer el ridículo al afirmar que para combatir el narcotráfico.

     La otra tendencia de pensamiento se refiere al hecho de que ese desarrollo militar internacional permite absorber una gran parte del excedente, digamos concretamente que la industria militar provee fuentes de trabajo para una gran cantidad de manos que lo necesitan.

     Todo lo anterior tiene un alto costo para las finanzas estatales estadounidenses y de todas las fuerzas imperialistas (si me enfoco primordialmente en los Estados Unidos, no es porque sea la única potencia imperial que tiene un alto desarrollo militar, ya que existen otras potencias que también llenan esas calidades, tal como los países europeos. La razón de enfocarme en EUA simplemente se explica por el hecho de que es el principal imperio que opera sobre éste continente) lo cual crea serios déficits presupuestarios en sus respectivos países, por lo que podemos deducir desde ya que esos enormes beneficios económicos empresariales no representan en realidad una salida ni siquiera a los problemas  de los pueblos de los países imperialistas.
  
     De lo anterior podemos deducir también que la paz mundial es un pésimo negocio para los productores de armas judío-estadounidenses, lo cual, dicho sea de paso, es una cuestión capaz de erizarle los pelos a cualquiera que se precie de pacifista.

     Lo anterior lleva a la reflexión de que si ya en tiempos de normalidad para el desempeño de la economía capitalista mundial la paz –cuando existe- sufre de una severa precariedad, en épocas como la actual, los riesgos se elevan a la enésima potencia, debido a que el capitalismo no encuentra la manera de salir del atolladero en que lo meten sus propias contradicciones sistémicas.

     Ahora bien, ¿que significado tiene para nosotros todo lo anterior? Bueno, para nadie es un secreto que el actual gobierno estadounidense está arrinconado por los halcones republicanos, los neocons encabezados por los bandoleros Bush, Rumsfeld, Chiney y algunos otros cuantos retrógrados que nunca salieron mentalmente de la guerra fría y que ahora en sus sueños demenciales interpretan uno de los capítulos más oscuros y tenebrosos del mundo. La verdad es que frente a esos bandoleros, el mismo führer   palidecería.

     Cuando uno ve a Obama prolongando el tiempo de retiro de las tropas invasoras yanquis  de Irak y ofreciendo simultáneamente fortalecer la estrategia guerrerista en Afganistán, involucrando de colada a Pakistán (su fiel aliado), en una acción que disemina la guerra en la región; cuando uno ve la mano inmunda del imperio yanqui actuando impúdicamente en Irán, para desestabilizar el gobierno iraní, independiente del imperio y mira la estrategia impulsada en distintos países usando los movimientos (que no revoluciones) de colores, tal como los de blanco en Guatemala (durante el gobierno de Portillo andaban de negro); cuando uno ve el golpe de Estado en Honduras -que confirma de paso lo que Lenin decía respecto a que la cadena siempre se rompe  por el eslabón más débil y  que Rolando Morán confirmaba, apelando a la cultura guatemalteca con la expresión la pita siempre se rompe por lo más delgado- cuando uno ve al imperio aumentando sus bases militares en Colombia, con la aquiescencia del monigote Uribe en lo que entraña una seria amenaza para la seguridad del país hermano Venezuela y, en fin, toda una serie de acciones más,  que son únicamente una amenaza para la soberanía de los países latinoamericanos y para la paz  mundial, solamente se puede pensar que efectivamente, existe un  plan macabro  del imperialismo para perpetuarse en lo que suponen su papel rector en el mundo. Tendríamos que preguntarnos si acaso no existe alguien que les haga entender a esos lunáticos que el mundo ya cambió aunque ellos no quieran aceptarlo y que, con esas acciones, solo van a acelerar el momento de su sepultura como imperio  porque los pueblos han hablado y han dicho que ya no quieren volver al pasado. A largo plazo, el curso de la historia  será incontenible y las cenizas del imperio yanqui serán nada más que el recuerdo de la escoria en la historia de la humanidad, un trago amargo para los que tuvimos que sufrirlo en este tiempo, una pesadilla que llegó a su fin para beneficio de las generaciones venideras, del hombre nuevo que surgirá de las cenizas del sistema capitalista con nuevas perspectivas de desarrollo para la humanidad.

     Ahora bien, esas mentes demenciales no tienen escrúpulos, no les interesa nada como no sea la ganancia y el poder de mantenerla (la ganancia). Todo pareciera indicar que la actual repartición del mundo ya no les es suficiente y da la impresión también de que son capaces de desatar una nueva guerra de rapiña, una tercera conflagración mundial  que les permitiera repartirse los despojos a su manera. Ya han dado suficientes muestras de que no les interesan los pueblos, ni aún el suyo porque en ocho años gobernando acabaron con lo que venía quedando del nivel de vida estadounidense sin que les preocupara en lo más mínimo lo que la mayoría más pobre sufriera, una muestra de eso es lo que pasó con Katrina en Luisiana. Así que alertas porque las alarmas han sido encendidas y el gobierno de Obama no va a cambiar nada, de hecho, su descenso de popularidad se debe a que  ya mostró que es más de lo mismo, es decir, más de las políticas de los neoconservadores, los halcones de Washington.

     Está claro que todo eso contribuirá al descalabro del sistema capitalista mundial. Ahora bien, los pueblos oprimidos deben entender que esto no pasará sólo  y que deben dar la batalla, deben luchar por su liberación, por su dignidad pisoteada. Eso no se lo podrán matar con balas ni de ninguna otra manera. Poco a poco los pueblos tendrán que empezar a creer que sí se puede, que si es factible organizarse y luchar por sus sueños, por los suyos, por la verdadera libertad y empezarán a desarrollar sus propios procesos liberadores y humanistas.

     Los pueblos deberán entender y creo que ya lo están entendiendo, que el capitalismo no caerá solo,  que es necesario emprender una lucha sin tregua, dentro de lo posible por medio de procesos pacíficos, pero sin caer en la ingenuidad de que todo será pacífico; nuestros más de doscientos mil muertos en más de cuatro décadas y la actual represión contra el pueblo hermano de Honduras nos muestran que sería una candidez creerse ese discursito del pacifismo y de la “democracia” representativa de los oligarcas locales   y de los imperialistas. Esos discursos son solamente instrumentos de dominación, de apaciguamiento de las masas por parte de los opresores. El gorila Micheletti y todo lo que se esconde detrás de él ya nos han dado una ilustrativa lección de lo que significa el pacifismo y la democracia para los capitalistas. Pro Reforma ya no pudo ocultar más las garras y habla ahora de ir más allá de la democracia. En donde mienten es en la secuencia histórica de sus afirmaciones porque ir más allá de la democracia es llegar al comunismo, lo cual obviamente es considerado por ellos como una blasfemia. No, no podemos engañarnos, de lo que hablan es de una regresión histórica de más o menos treinta o cuarenta años, depende de que país se trate, de volver a regímenes militaristas, criminales y represivos. Ese es, al menos, su sueño dorado. La cuestión aquí es si los militares progresistas y sin duda los hay, aceptarán su citas con la historia y se negarán a usar las armas otra vez en contra de sus propios pueblos, los pueblos que les permitieron ver la luz y vivir como viven ahora. Los militares progresistas venezolanos ya nos dieron muestras del compromiso asumido con su cita histórica y con su pueblo. La pregunta es si los militares guatemaltecos que no están manchados con la sangre de sus hermanos aceptarán la invitación histórica. Esa es la única posibilidad real de paz a la luz de lo que nos están diciendo los actos de las fuerzas retrógradas en este continente. Con toda sinceridad debo decir que espero que lo acepten, ya tenemos suficiente  sangre derramada por los pueblos, es hora del progreso, la única premisa aceptable de aquí en adelante es que solamente haciendo progresar al pueblo, es decir, solamente en el desarrollo colectivo podemos progresar los demás en lo individual y no al revés.


     Como integrante del Frente Popular, debo decir que esa es nuestra apuesta, nuestra visión y nuestra lucha. El desarrollo del pueblo ya fue postergado por mucho (desde 1954) y es tiempo de continuar nuestra línea independiente, soberana de desarrollo popular.
     

     Para ser revolucionario hay que sentir en nuestra piel y en nuestro espíritu el dolor del pueblo oprimido y explotado. Hay que hacerse parte de él.

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