jueves, 23 de mayo de 2013
EL GENERAL EN SU MADRIGUERA
Para la oligarquía y el Imperio dejó de ser útil
COLECTIVO “LA GOTERA”
Viernes 10 de mayo de 2013. La madrugada fue sacudida por incesante ruido de petardos y serenatas amorosas. El día de la Madre era celebrado con efusión en Guatemala; un país que es señalado por su alta tasa de femicidios, lo cual, sin embargo, no frena a su población rendir homenaje a uno de los íconos de la resistencia contra la cotidiana adversidad: la madre.
Esos cantos, esas pirotecnias de alborada, empero, abrieron el telón para recibir otra de las sorpresas que habrían de partir no solo el día sino la historia misma del país. El Tribunal de Sentencia “A” de Mayor Riesgo dictaba veredicto condenatoria al ex general José Efraín Ríos Montt, gobernante de facto durante el período de 1982-1983 por Genocidio y delitos de lesa humanidad. 80 años de prisión inconmutables para el ex general; absolución para uno de sus lugartenientes: el también militar, Mauricio Rodríguez Sánchez.
Antes y después del parte aguas que significó dicho fallo, opiniones a favor y en contra de los acusados colmaban los medios escritos y audiovisuales y las redes sociales. No era para menos. Un sector de la población, mayoritario por razones observables; quizá ya no tanto, como lo asegura el balance estadístico que no profundiza y por tanto no explica el bajón abrupto en la pertenencia a esa realidad, sino que soslayan el fenómeno, irrumpe intempestivamente: los indígenas mayas. Específicamente los pertenecientes a la etnia Ixil, cuyos ascendientes en tiempos de la guerra interna que se llevó a cabo en Guatemala, se situaban mayoritariamente en el Triángulo del mismo nombre conformado por los municipios de Santa María Nebaj, San Juan Cotzal y San Gaspar Chajul. Los tres, pertenecientes al departamento del Quiché. Enfatizando que éste fue uno de los departamentos más golpeados por el Ejército por ser territorio donde se asentaron los campamentos guerrilleros de la época con objetivos claros de derrocar a los gobiernos militares y cambiar el sistema económico y político que primaba en el país.
La discusión, tanto antes y después de la histórica sentencia, se centró y se centra en si hubo genocidio o no.
Muchos grupos organizados, especialmente los que forman el espectro de la derecha, desde la moderada hasta la más recalcitrante, agremiados en las cámaras empresariales adscritas al Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y Financieras –CACIF-, cuadros del Ejército aglutinados en algunas organizaciones extremistas como la Asociación de Veteranos Militares de Guatemala –AVEMILGUA- y la recién estrenada Fundación Contra el Terrorismo –FT-, cuyo presidente es el sargento de reservas, Ricardo Méndez Ruiz, paracaidista e hijo de un coronel del mismo nombre ya fallecido que fungió como ministro de Gobernación durante el gobierno de facto del sentenciado Ríos Montt, ciudadanos comunes, comentaristas de medios de difusión masivos como los autodenominados Libertarios del autodenominado grupo de intelectuales de extrema derecha: Libertopolis, algunos académicos y columnistas, especialmente, simpatizantes con los postulados neoliberales, defienden la tesis de que acá no hubo genocidio.
Por supuesto, ese negacionismo, tuvo que ponerse en funcionamiento a nivel nacional entre las elites y sus adláteres con el objetivo de que las ondas expansivas del fallo no tocaran a los miembros civiles de la oligarquía y de los altos mandos del ejército activos en aquella época que en simbiosis macabra son los presuntos planificadores y ejecutores, en ese orden, de las terribles matanzas y crímenes de lesa humanidad contra población civil desarmada, esencialmente, en poblaciones de ascendencia indígena como la emblemática Ixil.
La enconada búsqueda de la verdad ha venido sufriendo zancadillas por parte de estas organizaciones de ultraderecha a tal punto que no han escatimado recursos para desplegar sendos campos pagados en los diarios de mayor circulación y cuñas en la radio donde sistemáticamente niegan el genocidio, culminando con un libelo de 20 páginas a todo color, firmado por la Fundación contra el Terrorismo en cuyo contenido se siguen discurriendo apoltronadas, inmovilizadas y arcaicas ideas decimonónicas de los años 50, que en el infamatorio suelen ser recuperadas como centrales, dando a conocer con ello, que en la mentalidad de estos grupos las concepciones, aún las liberales, no han permeado y se utilizan más a escala discursiva que en el plano de la realidad. Solo cuando éste conviene para proteger a esa rancia oligarquía y a su brazo militar y ahora político, ejército nacional, que viene frenándonos desde la Reforma Liberal. Incluso, cuando de sociedad incluyente se trata de hablar, a tenor de los cambios mundiales, sus anclas se han fondeado más que en la soflama de la guerra fría, en el discurso encomendero. De esa cuenta, sus argumentos tanto de sus ideólogos como de sus representantes en sus diferentes gobiernos siguen machacando ideas fijas -¡hoy en pleno siglo XXI!-, tales como que:
Los indígenas son personas manipulables. En esta imagen, se trata de ubicar al indígena como un ser inferior, incapaz de pensar por sí mismo. De tener criterio propio. Que aunque sufra circunstancias miserables que su propia condición de sojuzgado le dé y que, en muchos momentos y espacios, sigue soportando, es incapaz de sopesarlas y, mucho menos, llegar a una reflexión sobre ellas. Y, menos aún, que esa reflexión sea premisa fundamental para cambiar esa situación, aún dentro del mismo sistema capitalista, entre las que se consigna también, la sublevación.
Esta premisa conlleva una fuerte carga de racismo de parte del dominador que cree que la situación social en que mantiene a sus dominados es una cuestión natural. Que siempre ha sido así y, por tanto, lo antinatural es que esos dominados planteen demandas, exigencias para mejorar su vida. Por lo cual, el rebelarse contra ese estado de cosas no solo es egoísta sino ilegal. De ese argumento se desprende que:
Todo indígena que se rebele comete delito contra el orden establecido. Contenido este orden en la legislación y el imaginario del dominante éste es inconmovible, ineluctable, sagrado. Por lo mismo, si hay quienes osen cuestionarlo deben hacerlo dentro de los parámetros de su estado de derecho al cual, obviamente, solo tienen acceso aquellos que acepten la impasibilidad del dictatorial y que lo conozcan plenamente, por tanto, los ciudadanos a quienes no se reconozca siquiera el derecho a una educación continua y sistemática, como es el caso de la mayoría de pobladores y en este caso con mayor dramatismo el de las comunidades indígenas, es muy difícil que tengan esa posibilidad. Por si eso fuera poco, aquellos que los “asesoren” o, en el lenguaje de los dominantes, los “azucen” para cuestionar ese orden, que puede derivar en rebelión, no solo son culpables por haberles proporcionado ideas señaladas como “exóticas”, sino por manipularles ya que, como se esbozó en el párrafo anterior, el “indio” es incapaz de reflexionar, de pensar por sí mismo, en toda su magnitud, su propio sometimiento.
En este grupo caben los religiosos que bajo una óptica cristiana demanden una mejoría en las condiciones de vida de esas comunidades como parte del sermón de igualdad extraído de las enseñanzas judeocristianas de la Biblia.
Ese juicio racista, se extiende a todo el tejido social, incluyendo a miembros de etnias claramente indígenas por el anhelo de dejar de serlo ya que ello es equiparado a pobreza, discriminación, marginación, abandono y aislamiento. Una idea preponderante de los grupos dominantes (criollos y ladinos) y que deriva en dos vertientes: la más extremista que establece que el “indio” es un animal incapaz de razonar como los blancos, la cual ignorantemente es compartida por una gran cantidad de mestizos, y la otra, la fincada en el paternalismo más rancio que instituye que el “indio” es como un niño pequeño, incapaz de saber que es lo mejor para él, por lo tanto, se le debe guiar para que no se aparte del “buen camino”. Por lo mismo, es influenciable fácilmente. Tesis que recupero, por su similitud con nuestra realidad racista, de los razonamientos del intelectual argentino Luis César Bou, en su estudio sobre la negritud en la historia.
Esas dos variantes del pensamiento racista que nacen con la colonia adoptando diferentes formas y matices, incluso actuando simbióticamente, como en la época liberal, cuando los gobiernos de esa época trajeron extranjeros para “mejorar” la raza -más bien con el ánimo de desaparecerla-, a quienes proporcionaron tierras e indios con el objetivo de que modernizaran la industria nacional. Decisión que históricamente no solo resultó inútil sino contraproducente pues esos extranjeros, si bien trajeron nuevas técnicas de producción, se acomodaron a la estructura agraria fundamental alimentando el sistema latifundista depredador y dependiente. Les fueron entregadas tierras comunales y baldías las cuales sembraron de cultivos de agroexportación con lo cual se agudizó esa estructura agraria de plantación propia de los países tercermundistas y subdesarrollados, ahogando posibilidades de industrialización.
Por otro lado, es importante profundizar en el hecho de que muchos herederos directos de los pueblos originarios reniegan de sus raíces para escapar del estigma que arrastran, pues ahí se `pueden encontrar los motivos que llevaron a la tropa, mayoritariamente compuesta por indígenas, a masacrar a personas provenientes de un tronco común compartido, como es el de ser herederos de los pueblos nativos de América. En lo particular, nuestra tesis gravita en que esa negación es fomentada por la formación castrense que reciben sus miembros lo cual los lleva a privilegiar el espíritu de cuerpo, la lealtad y la disciplina que proporciona el ejército, por sobre lazos, incluso, de familia; no digamos de comunidad. Lealtad que es reforzada con una cadena de mando donde la jerarquía es altamente valorada, incluso más que la vida, donde las órdenes no se discuten, se cumplen. Cumplimiento, incluso de órdenes ilegales, que violan la dignidad humana y la misma Constitución de la República. Ello por medio del terror.
Por lo mismo, se puede determinar que el terror es un elemento cohesionador y de disuasión en ese cuerpo. Desde altos mandos hasta la tropa. Principios de horda que también son perceptibles en otras tribus, especialmente, urbanas como las pandillas cuyos miembros al igual que en el Ejército, están sometidos a ciertos protocolos de iniciación y probatoria de su lealtad sustentados en la crueldad y la sangre fría y que sus miembros, al transgredir esos “principios de lealtad”, pueden y deben ser sometidos a tortura y a la misma muerte como correctivos ejemplares.
Prácticas que han sido diseñadas, enseñadas y perfeccionadas por sistemas castrenses de otras latitudes, especialmente de países con espíritu imperialista cuya bandera es el racismo, el cual se exacerba en especial contra las “razas inferiores” cuando se oponen a su dominio. Sin embargo, cuando sus miembros comparten la visión del conquistador o del ejército de ocupación, se les convierte en aliados, aunque en el fondo se les desprecie. Tal es el caso de las fuerzas armadas de Estados Unidos, Israel, la OTAN, etcétera, que valoran la supremacía étnica, como elemento civilizador, sobre la humanidad y la compasión.
Espíritu de logia donde las diferencias son obviadas en función del fin supremo: el de mantener a salvo los intereses de las oligarquías y derrotar a su enemigo acérrimo, en este caso el comunismo, que en el marco de la lucha mundial sigue vigente como se demostró en lo particular de este juicio por genocidio donde dicho epíteto ha sido parte de la estigmatización por parte de la ultra derecha contra los grupos de derechos humanos y los testigos de la etnia ixil, quienes han mantenido un activismo muy dispuesto para llevar al ex general al banquillo de los acusados.
El Comunismo sigue siendo catalogado por la derecha internacional, o sea los dueños del capital y sus lacayos, como el peligro mayor por su posición humanista y liberadora de las masas obreras y campesinas, pero que llega al paroxismo si es conocido por dichos actores (no confundir con el estalinismo).
Dicha calificación resulta paradójica en estos tiempos, en el entendido de que los pregoneros burgueses han aclamado a los cuatro vientos que el marxismo ha muerto y que yace sepultado bajo los escombros del Muro de Berlín. No obstante, son ellos los que lo resucitan a cada cierto tiempo.
Por otro lado, siguiendo la reflexión sobre los motivos de la tropa para exterminar a sus similares históricos, es importante proponer el concepto de racismo a la inversa. En consideración del término, es pertinente establecer que éste se activa en el subconsciente al contemplar cómo se reproducen mis propias características fenotípicas y culturales en mis ancestros e iguales, las cuales odio y desprecio, pues son ellas las que crean una barrera insalvable entre los no indígenas y yo. No indígenas que no solo no son despreciados, no son marginados y excluidos, sino que disfrutan de las posibilidades de la sociedad. Por tanto, son esas particularidades las que me alejan de ese disfrute social. Empero, al estar en medio de ella, convencido de que he dejado de ser indígena y aceptado por esa sociedad, no tengo consciencia de cuan enferma de racismo se encuentra ésta. Al contrario, si salta algún elemento racial contra mí, el culpable soy yo, por ende, mi gente, mi cultura, mis características físicas, mis creencias que chocan frontalmente con la modernidad capitalista y consumista que es la que domina en la sociedad ladina de clase media.
Por ello, me he propuesto eliminarlas, no solo renegando de mis raíces amargas de esclavitud ancestral sino eliminando al que las sigue poseyendo, reproduciendo y defendiendo; al cual no veo más que como un reflejo distorsionado de lo que no quiero seguir siendo. Ese espejo maldito que hay que romper.
Características que por ser consustanciales con mí historia de infame nacimiento me acompañan a cada instante de mi vida por lo cual las odio profundamente. Por tanto, despreciando y negando o, en casos extremos, extirpándolas de la faz de la tierra y mi existencia como lo que se dio con las masacres, trato de escapar de ellas.
Destruyendo a esos otros que las ostentan, consigo dos propósitos: 1) no me elimino a mi mismo como ente pues no deseo matarme, sino solo elimino lo que en mí desprecio y que sigue prevaleciendo en el otro, lo cual ha sido extraído en mi interior al usurparme la ideología del dominante. En este caso particular, la doctrina militar. No asesino, sino mato, desarraigo lo que me resulta incomodo, por ende, al matar a esos que ostentan esas características anquilosadas, desmonto, elimino la hierba mala para preparar el campo para una nueva siembra. Facilito vida a una nueva realidad. Aniquilo, borro ese pasado y, con ello, cumplo el otro propósito: 2) marco una frontera irrenunciable entre ese pasado y mi nuevo presente; lo que era y en lo que me voy transformando. Lo que era y lo que, a partir de mi incorporación a una nueva realidad, en este caso, al cuerpo castrense, puedo llegar a ser.
Necesario pues, quemar las naves; no volver la cara para ver el juicio destructor de Yavé sobre Sodoma, no añorar el regresar a Egipto. (Es esencial también retomar el papel del protestantismo fundamentalista que entre la oficialidad y la tropa se maneja como doctrina dominante, especialmente en tiempos de Ríos Montt que pasó deseaba convertirse en el guía espiritual para la nación con sus sermones dominicales).
Enajenación que es considerada por el enajenado como positiva pues le trae nuevas oportunidades. En primer lugar, dejará de ser “indio” para abrazar una flamante y naciente personalidad: el ser militar. Y, a partir de allí, ejercer poder sobre otros, indios y ladinos. Incluso extranjeros. Rozarse con la elite gobernante que lo respetará, le temerá por militar. No lo tratará como “indio” y, es más, consultará con sus principales y hermanos militares, sus planes de dominio a la vez que los hará participes de sus privilegios. Del botín.
Masacro mi pasado lastimero de aislamiento, de desprecio, de pobreza, de miseria, de marginación, de inferioridad. Masacro y destruyo al siervo para dar paso al “nuevo hombre” que es apreciado, que es valorado, que es honrado, que es tomado en cuenta por esa nueva comunidad de “iguales”. Comunidad de guerreros que no temen a nada ni a nadie. Que aspiran a encumbrarse en esa pirámide de poder donde el más avisado, el más astuto, el más recio, el más fuerte, el más sanguinario, es el que ostenta un sitial honorífico en esta sociedad patriarcal. En ella, la crueldad, la ferocidad, incluso el sadismo, son arquetipos de superioridad, de hacer saber quien es líder aún en el plano de simple soldado raso. Es menester demostrar esa inescrupulosidad para ser temido por sobre ser querido, sobre ser estimado. Eso es pueril, es mejor ser temido que ser amado. Y, esto a cualquier nivel de relación que se tenga.
Demuestro esa disposición feroz, desalmada, especialmente contra los más débiles, inclusive contra las almas más puras e inocentes como son los niños y aún, los no nacidos, pues no solo son enemigos acérrimos desde su raíz, sino porque son mi reflejo odiado, además de que con ello demuestro mi fuerza, mi coraje. La compasión en esta doctrina es antítesis, por ello, en ese proceso de deshumanizarse, lo primero que se aprende es a matar al mejor amigo: el perro. Iniciación de esa aberrante, estúpida e improductiva lógica.
Todo descontento, todo malestar social es sinónimo de rebelión. Este argumento sirvió y sigue siendo útil para reprimir cualquier moción de censura popular ante las arbitrariedades, abusos e imposiciones de la clase dominante a través de sus gobiernos.
En los aciagos días de la guerra interna esta consideración sirvió al Estado militarizado para señalar y estigmatizar a todo aquel que osara no estar de acuerdo con la situación –menos contra el sistema-, como enemigo. Éste debía ser neutralizado o eliminado. De ahí, que tanto religiosos, defensores de los derechos humanos, estudiantes, investigadores/docentes, defensores de luchas gremiales, aún de luchas por un mejor salario, sufrieran persecución y represión a tal punto que muchos inocentes fueron asesinados, desaparecidos, torturados o expulsados del país so peligro de su vida. Incluso el terror que fue utilizado para frenar la ola revolucionaria utilizó la matanza indiscriminada no importando si los masacrados no estaban comprometidos con la lucha. De ahí que en las ciudades hubiera matanzas de esta naturaleza como la que hubo contra estudiantes en la entrada de la Universidad de San Carlos, pero que en el campo, se exacerbaron de manera cuantitativa y cualitativa, contra comunidades enteras. Por tanto, fue en la campiña donde la crueldad llegó a paroxismos descomunales amparados sus perpetradores en la impunidad que les concedía la dispersión, el aislamiento e, incluso, el desconocimiento que de esas comunidades tenían los medios de comunicación y por ende la sociedad, lo cual se evidencia hoy incluso, cuando en programas de opinión se deja plasmado que si bien hubo matanzas de niños, mujeres, ancianos y hombre desarmados; que se deja evidente por medio de los testimonios de los sobrevivientes esas aberraciones contra la humanidad; que existen evidencias plenas como las fosas comunes donde se visualizan aún las formas terroríficas de matar a esas personas, el debate se centra en establecer que, a pesar de que hubo matanzas de niños, mujeres, mujeres embarazadas, ancianos, discapacitados, hombres desarmados, violaciones, torturados, quemados en esas magnitudes, no hubo genocidio. Que si bien existen fosas comunes que son macabros y mudos testigos de esas aberraciones, no hubo genocidio. Porque el indígena, a pesar de su muerte numerosa no es un ser humano. Por tanto: ¡no hay genocidio!
Y, los que opinan son ciudadanos de a pie, sin propiedades relevantes, sin abolengo, sin fortuna pero que se sienten parte de la oligarquía dominante. Ciudadanos que al exhalar esos comentarios a todas luces contrarios a las víctimas de las masacres y las violaciones a los derechos humanos, exponen a nuestra sociedad como una sociedad predominantemente racista donde la fuerza de la represión, el autoritarismo, el militarismo son las únicas formas de zanjar las diferencias, transformándose así en una nación fascista, indiferente y cruel.
“La Farsa del Genocidio”, libelo escrito, editado e impreso por la Fundación Contra el Terrorismo, entidad de ex militares, es un recurso muy bien montado para no solo exculpar sino conseguir el apoyo de la opinión pública a toda una generación de oficiales y tropa común que llevaron a cabo crímenes de lesa humanidad contra población civil desarmada e indefensa durante uno de los gobiernos más sanguinarios como fue el del ex general Efraín Ríos Montt, sin menospreciar, a sus antecesores de los últimos cincuenta años del siglo XX ni al de Mejía Víctores. Tratan con él de terminar de engañar a la población la cual a su vez está bombardeada de panfletos auditivos y escritos por actores cómplices de dichos desmanes, donde se establece que en Guatemala no hubo genocidio. Sin embargo, si revisamos el propio término veremos la similitud con los hechos imputados.
El mismo sitio de Wikipedia establece como genocidio: el delito internacional que comprende cualquiera de los actos perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso como tal; estos actos comprenden la matanza de miembros del grupo, lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo, sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial, medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo, traslado por la fuerza de niños del grupo a otro grupo.
Las masacres cometidas por el gobierno de Ríos Montt caben dentro de esos parámetros de crueldad, de racismo, de barbarie. Además de estar concebidos desde antes en los planes Victoria y Sofía. Hubo todo una política de exterminio, especialmente dirigida a las poblaciones indígenas.
Sin embargo, a pesar de lo mesiánico, de lo espléndido, de lo histórico que el general se sentía el fue, como los que creen abrir caminos, los que creen tener al mundo en sus manos, un títere de los siniestros de acá y de más allá. Esos que le pusieron el sable en la mano y después, por loco, le dieron una patada en el culo. Empero, no deseaban que lo llamaran genocida pues sería una afrenta contra esos mismos cerebros. Prefieren los titiriteros que muera feliz en su lecho para doblar la página y seguir haciendo negocios con los bienes de la nación. Esa oligarquía pletórica, brutal y caótica; finquera y de corral regalando a su sempiterno amo y aliado, Estado Unidos, lo mejor que producen sus indios.
Mientras engordan y la mayoría muere famélica bajo la sombrilla del Hambre Cero de Tito Arias y su séquito de funcionarios lacayos, la cúpula eclesial y los políticos siguen jugando a la democracia, a la fe en Dios y las buenas costumbres, mientras sangran el erario público.
Si el pueblo osa levantarse podrá recurrir de nuevo al genocidio que total aquí nunca habrá, como tampoco lo habrá en Medio Oriente.
Guatemala, Mayo de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Archivo del blog
-
►
17
(12)
- ► septiembre (1)
-
►
14
(26)
- ► septiembre (2)
-
▼
13
(39)
- ► septiembre (1)
-
►
12
(40)
- ► septiembre (5)
-
►
11
(131)
- ► septiembre (12)
-
►
10
(255)
- ► septiembre (38)
-
►
09
(273)
- ► septiembre (32)
No hay comentarios:
Publicar un comentario